Los Ninguneados: Entre los contrastes de vivir en la calle y lo que el Gobierno dice
*Andrés Mendoza Reynoso
Agencia Popular de Comunicación Ser Publicos
Diciembre, mes para muchas personas de gozo, regocijo y alegría en los hogares de nuestro país y mes en el cual se hace evidente una situación que el Gobierno Nacional cree que está superada hace mucho tiempo: La mendicidad.
Esto porque hace pocos días atrás la Viceministra de Inclusión Económica y Social, Cecilia Tamayo anunció a los medios de comunicación que se había reducido en un 80% la mendicidad en el Ecuador, y surgen una serie de preguntas y una de ellas que salta a la vista es: ¿Quiénes son las centenas o miles de personas que se encuentran en las aceras y portales de las calles de nuestro país? ¿Acaso ellos no son parte de los indicadores que el Gobierno genera para supuestamente evidenciar los avances en temática de política social?
Ante aquello, como parte de nuestro trabajo, y por ser testigos del avance de la erradicación de la mendicidad en nuestro país, decidimos una noche fría de Diciembre un tanto con miedo, agarrados de nuestra grabadora, quisimos adentrarnos a este mundo que pensamos es peligroso, quizás con el temor a ser asaltados, insultados… lo cierto que nuestros temores eran infundados por lo que la gente tiene como concepto de estas personas, que en muchas de las veces sin más hogar que un triste portal o una esquina sucia de esta ciudad.
Nos encontramos con muchas historias pero tomaré solo tres, las cuales se repiten en varias calles frías y muchas veces lluviosas.
Marcos A.T. de 53 años, nativo de Esmeraldas, llegó a esta ciudad a los 17 años, comenta que él vivía en la Cooperativa Esmeraldas Chiquito, y uno de los primeros vicios y que se le quedó fue el de robar a los transeúntes, en su cuerpo son varias marcas notorias productos de su ajetreada y trasnochada vida, intenta a veces concordar ideas y entre las que se le puede entender es que tiene 4 hijos, ya grandes, que a los 37 años le echaron de casa, esto debido a los constantes y brutales golpes que le propinaba a su segundo compromiso, quizás embrutecido por el alcohol y las drogas que el probó durante mucho tiempo, cuenta las veces (9) que estuvo de visita como él le llama en la “Peni” del Litoral, por diversos delitos, pero asevera que nunca por asesinato. Él quiere entender como fue a dar por las calles de esta fría ciudad, de cuando a acá su vida se convirtió en lo que ahora es, hecho del cual no se arrepiente pues indica que siempre y cuando hay un cachuelito (le llama cachuelo a sustraerse cualquier objeto que se encuentra “mal parqueado” como el indica) y que producto de ese procedimiento tiene para su cualquier cosa (puede ser desde alimentos hasta algún alucinógeno).
Seguimos esa triste noche, encontramos una persona de aproximadamente unos 45 años de edad, al principio un tanto agresivo, pues al verme con chaleco en primera instancia pensó (y pensó mal) que era un elemento de la ley. Al cabo de una media hora y al notar mis reales intenciones previa entrega de una ayuda, accedió a conversar, me indica que se llama Luis, padre de 5 hijos, vive a las orillas del Salado, por el Estado Barcelona, en una covacha vetusta, con su mujer y dos de sus hijos, ya que los tres restantes están “repartidos” (lo dice con cierto reproche)que se dedica al reciclaje en la noche porque es más tranquilo, y normalmente hay más desechos reciclables, me indica que hay mucha competencia, pues si antes se recolectaba entre 20 y 30 dólares por noche en materiales reciclables, ahora la ciudad produce más basura, pero la presencia mayoritaria de “colegas” recicladores, y eso ha mermado parte de sus ingresos, y que ahora las empresas de reciclaje son más selectas en lo comprado por parte de ellos, pero hay restricciones cuando son bienes municipales o estatales tales como tapa de alcantarilla o cables gruesos de cobre, pues muchos de estos “colegas” nocturnos se dedican hacer de las suyas.
Esa noche invitaba a seguir caminando, las aceras de la calle Portete, nos seducía con su luces, de un lado a otro nos encontrábamos con lugares de alterne y de beber, se entremezclan entre aquellos bebedores quienes en muchas de las veces embelesados por las chicas de las afueras de estos locales, llenan estos locales que en sus alrededores como para darle un toque multicultural, cientos de migrantes de la Sierra se ponen afuera de aquellos con una variopinta mercadería desde cigarrillos, caramelos, rosas y si el cliente lo pedía condones.
Pero no nos queremos quedar en este adorno urbano de las noches de Guayaquil, nos falta otra historia, de algunas que se recopilaron ese día hubo una que me llamó la atención es la de Doy Alay (no quiso dar su nombre), hombre de 74 años de edad, lo encontré en un portal de la calle Guaranda y Portete, me llamó la atención por los perros que dormían alrededor de él (7 en total), y la rusticidad de la choza armable, cuenta que llegó a Guayaquil desde su natal Montecristi, creyendo en los cuentos de varios de sus amigos jóvenes, que llegaban de Guayaquil, con la semana hecha, perdiéndose los fines de semana en el buen licor manabita.
Aupado por aquellos comentarios decidió llegar a esta ciudad de la cual nunca quiso irse, trabajó en lo que había de canillita, de albañil, de panadero y cuenta entre el sueño que se cargaba y la presencia de sus dóciles perros que llegó a tener su propio comedor, este se va a pique por sus varios vicios (los cuales no quiso mencionar), hasta que cansado de esa vida aburrida en un arrebato propio de aquellos que desean cambiar su vida, decide salir de su hogar formado por la madre de sus 3 hijos, de lo que él conoce sabe que dos son profesionales y uno de ellos lo mataron en circunstancias aún no esclarecidas. Lleva entre sus ropas y sacos, una serie de recortes y revistas del equipo de sus amores, el Barcelona Sporting Club, cuenta que cuando se entera por otros “habitantes de la calle” que su equipo juega de local en el Salado, va con sus perros y sacos a pedir unos “sucres” para poder sostenerse.
Era ya pasado de las 3 am, el frio calaba hasta lo más hondo, pero se podría admirar hasta cierto punto la tolerancia de estas personas a las condiciones climáticas, dicen no sufrir los embates del calor guayaquileño, pues son cobijados por la brisa nocturna, privilegio que solo gozan de quienes se precian ser dueños de las aceras en las madrugadas.
Queda por sentado que hay varias historias de auto marginación, de ir divagando en el sórdido mundo de las drogas, de seres que una vez lo tuvieron todo y que por circunstancias de la vida rayaron en el camino de la locura eterna, otros quizás por tener una forma de sobrevivencia en las calles, quizás todos con una misma expresión: la sociedad nos mira como si fuéramos lo último de lo último, los que no tenemos, los que la sociedad nos vuelve invisible, somos los ningunos, somos los ninguneados.
Queda más por decir, que las escenas son comunes en la madrugada guayaquileña, mientras las cifras de reducción de extrema pobreza presentadas por el Gobierno Nacional son satisfactorias, nuestras calles se están llenando de a poco de personas que apenas tienen como sobrevivir y que ven a la calle como escape a sus penas, lo que si comprendemos desde nuestra óptica no hay política pública de atención real a estas personas, pues el tema de la mendicidad parece que solo sale a flote los meses de Diciembre y Enero, cuando estos “ninguneados” estarán gran parte de su vida, y todos los días del año con las carencias propias de la calle, sin una verdadera política que priorice una salida digna y dejar de ser un habitante de la calle, un ninguneado.
*Andrés Mendoza Reynoso, director de la Agencia Popular de Comunicación Ser Publicos y responsable del área de Comunicación del Observatorio Ciudadano de Servicios Publicos.
Ha sido facilitador de procesos comunitarios de Comunicación con diferentes organizaciones sociales y fue dirigente Nacional de Comunicación de la Confederación Nacional de Organizaciones Negras, Indigenas y Campesinas del Ecuador (FENOCIN).
Vinculado a medios comerciales y comunitarios desde hace ya mas de 10 años.