Crónicas: EL 30 S. UN DÍA PARA LAS LÁGRIMAS Y EL OLVIDO
*Fer González
Como uno de los miles de trabajadores informales en Ecuador buscaba en las calles mi sustento diario en forma honrada, fue el 30 de Septiembre de 2010 a eso de las dos de la tarde cuando recibí una llamada alarmante desde Alemania. Al teléfono, la vocecita tierna de mi hijo de cinco años imploraba un “papito no te mueras” para mi desconcertante en ese momento. Lo primero que hice fue tranquilizar su ánimo y pedirle explicación por tan terrible pedido. Me dijo, es que ahora estoy viendo que en tu país la gente se mata, y repitió “papito no te mueras”. Obviamente las lágrimas por tan particular demostración de amor anegaron mis ojos, y luego de prometerle que tendría padre para largo me despedí y fui inmediatamente a casa a encender la televisión para enterarme de lo que pasaba. Lo que pude constatar fue un terrible caos, inentendible. De a poco las alocuciones de los encargados de la información oficial y la repetición cansina de imágenes me pusieron en conocimiento de la situación, pero no era suficiente, quise enterarme más ampliamente de los detalles y al intentar sintonizar otro medio que coteje dicha reseña no encontré ninguno. Era una cadena masiva. Entonces entendí la manipulación y maldije mentalmente a quien o quienes con su irresponsable censura coartaban la posibilidad de que mi hijito y el resto del mundo supieran lo que sucedía en realidad: Una dilatada manifestación que se diferenciaba de una gran huelga estudiantil de mi época en el hecho de que quienes se expresaban con violencia no eran colegiales o universitarios armados con piedras e indignación, sino policías dotados de pistolas y gas pimienta en uno de los frentes, y en el otro el Presidente Rafael Correa y su séquito.
Reí como muchos al mirar imágenes de policías correteados por ciudadanos comunes. Parecía un mundo antitético y el goce llegó a su límite cuando imaginé un pato disparándole a un cazador. Eso fue todo, la sonrisa de mis labios desapareció cuando comprendí que aquello era real y estaba pasando en mi país, isla de paz. Los policías disparaban contra personas indefensas que buscaban un parapeto para no ser alcanzadas por los proyectiles y aquello, entendí, era inadmisible en un contexto donde hasta no hace mucho esa forma de violencia era nada mas un tema anecdótico, y entonces la magnitud de la irracionalidad se hizo patente. Sin embargo era la situación determinada en el sitio específico lo que alertó mis sentidos llamándolos hacia la observación de los más patéticos desatinos, entre los cuales se cuentan un Primer Funcionario con aires de monarca enfrentando a la turba tú a tú como un airado verdulero en lugar de establecer su majestad con una postura sobria de estadista, llamando a la cordura y el diálogo, respetando por igual a todos sus mandantes, un Canciller arengando a la gente desarmada a salvar de quien sabe qué cosa a su coideario, quien con prepotencia, osadía y afán histriónico generaba la anarquía, convocando a la confrontación desigual entre hermanos y propiciando los funestos resultados posteriores, en lugar de solicitar calma y dispersión, refugio en los hogares y prudencia; varios políticos inescrupulosos de torpe oposición que buscaban pescar a río revuelto haciéndonos recordar las páginas más sórdidas de nuestra historia reciente, miles de empleados públicos que incluso obligados a cuidar su cargo se lanzaban como barras bravas a enfrentar y zaherir a todo aquel que por derecho democrático disiente de esta revolución por considerarla aún inexistente, y decenas de madres e hijos en ambos bandos, quienes pidiendo paz con la boca irradiaban odio por los ojos. Entonces recordé los motivos que hace más de 10 años me hicieron dejar mi amado Ecuador en búsqueda de una vida mejor y entendí que aquellos no eran tan penosos como estos que ahora tenía para ponderar, me vi a mi mismo volviendo del exilio voluntario, dejando seres amados por segunda vez con la seguridad de que esa vida mejor para ellos y para mí mismo se basaba en colaborar con la construcción de una Patria nueva. Recordé que como muchos yo también confié, y volví a llorar.